viernes, 10 de octubre de 2008

El mar en la voz de los poetas


Texto de archivo de Sara Vial
Editado por Poetas del Mar

Somos país del mar y de montaña, pero somos sobre todo de mar. Hijos de la ola móvil, no de la nieve inmóvil de los Andes, nuestra forma de remo nos dibuja en el mapa un destino.

"No es un recién nacido, un visitante inesperado", ha escrito el poeta Mario Ferrero en su "Antología del Mar": "Nuestro mar ha existido desde siempre, viene desde el fondo más remoto de la historia humana. Anduvo en aventuras geológicas difíciles, sirvió de puente a las inmigraciones, presenció el paso arrebatado o taciturno de los indios. En la poesía fue condecorado por Pedro de Valdivia, transformado en octava real en los viejos papeles de Alonso de Ercilla, hecho cristal y copa en la exaltación jubilosa de Alonso de Ovalle". Y sigue, en una sola ola entrelazada a su rumor de muelles. "Pasó de un salto a La Conquista, anduvo en los albores de la Patria, vistió casaca azul de guerrillero en plena Independencia, se le consultó la declaración de la República. Y estuvo presente en el escritorio de Eusebio Lillo, de Salvador Sanfuentes, de Guillermo Matta, de Pedro Antonio Gonzales, de Diego Dublé Urrutia y de Pezoa Véliz. Desde el día mismo de nuestro nacimiento literario, de nuestro primer llanto enamorado, el mar fue el escudo de armas y el portalón sagrado de nuestra libertad".

ESCUCHARLO EN LA VOZ DE LOS POETAS

Y es por eso, será siempre hermoso escucharlo en la voz de los poetas, y en su "Descripción de Chile", especie de arco de luces y pórtico de "La Araucana", don Alonso de Ercilla ya habla del mar como un padre tutelar.

Y los cronistas, que encabezan Alonso de Góngora y Marmolejo, el Abate Juan Ignacio Molina, don Diego Rosales, saben también muy bien lo que escriben cuando escriben del mar. Porque hay mar para todos en nuestra insondable lejanía. Mar para el pescador, para el viajero, mar para el que construye su morada pensando en su insistencia tras los vidrios, para un temporal y su susurro, para su pez ritual de cada día. Para su arena dócil y su roca. Mar para el corazón y los sentidos.

La gran Gabriela, con su apellido de viento, el Mistral, lo saluda en su "Pequeño mapa audible de Chile". "En esta inmensa meseta austral se oye, cuando algo se oye, una marea salvaje que pecha entre los canales y forcejea en el gran Estrecho, hacia el interior, apenas poblado, hay unos silencios de hierbas inmensas, de gruesos y dormidos herbazales, que se parecen a los estupores que dan los témpanos en el último mar".

Y Mariano Latorre, que con su "Mar de los chilenos" sigue diciéndonos por primera vez, como el propio mar, su emoción marina: "Al amparo de viejas velas cangrejas húmedas de Chiloé, o cuadras parchadas del Maule, he cruzado tu salvaje soledad, mar de los chilenos, y he bebido tu hábito salobre, hermano del puelche de las nieves y del acre aliento de los pehuenches. Mar de Chile, inmenso y virgen, que no hendieron griegos mascarones, ni supo de velas de púrpura, ni de gaviros expertos, sino de balsas de cuero o trenzadas velas de totora, pero bebió el alma multisonora de los vientos primitivos".

CADA POETA EN SU MAR

El mar es tan adaptable a los poetas, que como si fueran ánforas distintas, se acomoda en ellos, se enrolla y ondula como una serpiente, o se acuna como en el regazo de una madre. Acaso, sin saberlo, el poeta es un mar que sólo encuentra sus pasos en la arena y su actitud interior, sin que lo sepa, es siempre de horizonte. Y por eso se entienden y se hablan los poetas y el mar, desde una piedra golpeada hace cien años por la ola que la suaviza, o desde el ambiente bullicioso de los puertos que se suceden, unos a otros, para no perder el mar sobre la dura tierra.

Y unos cantan al mar del sur y otros cantan al mar del norte y otros tratan de inventar el mar.
"Este es el rudo mar del norte, el que acaricia la soledad de sus desiertos", dice Andrés Sabella en su cuerno marino.

Y Efraín Barquero: "Me recuerdo corriendo por la orilla del mar; ando explorando grutas y persiguiendo los pájaros. De repente me asomo a una playa solitaria donde hay una blanca bandada detenida: son gaviotas nuevas, me digo, las más hermosas que he visto. Y cuando corro hacia ellas para que emprendan el vuelo no pueden volar: es el cuerpo de una joven dormida".

Cuántas palabras junta el mar, sin saberlo, sólo con darse vuelta entre sus peces, sus delfines de seda, sus madréporas. Sólo con apoyar su cabeza infinita sobre un banco de corales y pensar en las sirenas que no ha visto nunca.

Los poetas más claros, límpidos, que cantan como Jorge Teillier, frescos desde la muerte:

"Vimos llegar mañanas
que eran bandadas de grullas
y las seguimos a puertos olvidados
donde nos esperaban muchachas descalzas
con las que bailamos en galpones
donde se guardan las redes y los remos".

Y LOS CIEN AÑOS DE MAR DEL GRAN OCEANICO

Pero de todos los poetas de Chile, ¿quién ha cantado más al mar? ¿Quién lo ha llevado a diario en sus bolsillos, como Teillier sus golondrinas, como Gabriela sus montañas de azafrán, como Oscar Hahn sus gladiolos, como Salvador Reyes los farolillos rojos de sus tabernas, como sus olas el mar? 

Su casa habla por sus poemas. Sus casas, esas barcas amoblada que nos dejó para viajar sin movernos, entre juguetes que cantan entre cajas de música, astrolabios que se confunden con campanas, bolas de vidrios llenas de mariposas que no volaron nunca. Veleros que nos miran desde los muros.

Neruda que no se cansa de mirar al mar, de crear ventanas para escribir el mar. Que aún dormido lo canta, después de haberlo visto por primera vez en Puerto Saavedra, con el deslumbramiento que nunca pudo desprenderse de su orilla, allá en la infancia. Él como nadie supo oír sus pasos, descifrar su llamado que el hombre no se sabe si escucha o no, dejándole ese oficio a los escritores. Como si todos los hombres no fueran poetas cuando miran el mar.

"Descubrí el mar. Salía de Carahue
el Cautín a su desembocadura
y en los barcos de ruedas comenzaron
los sueños y la vida a detenerme,
a dejar su pregunta en mis pestañas".

Y ese imborrable "Fantasma del buque de carga", que "observa con sus ojos sin color, sin miradas", esa interpretación de lo imposible cuando dice "mira el mar el fantasma con su rostro sin ojos, el círculo del día, la tos del buque, un pájaro...".

Y es así como mayo llega, con banderas, con hondas claraboyas y cumple como siempre su misión oceánica para que el mar desfile, para que el sol se vista de grumete en cada cerro, y en su banca escolar el niño aprenda que en todo el Universo no hay nada más hermoso que el mar, más sensible que el mar, más preocupado de nosotros que el solitario mar...

Aletas rotas/Pescadores de la Baja

X Mario Jaime


Al sol sin sal terrestre

se pudren juntas, añorando agua verde y una esfera de terror profundo

bucaneras ebrias
fumando brisas de oriente, cubriéndose con polvo las heridas

fueron hélices suavísimas
seductoras de cardúmenes brillantes
volaron sobre arrecifes amarillos y entendieron la gracia de un delfín

valientes en la noche oceánica, ciegas, esperaron un mordisco
barrieron gelatinas venenosas
se posaron en arena nebulosa
exhaustas en la ducha
dormían abrazadas a los sueños
seguras de un mañana, de otra búsqueda

contentas en corrientes, vientos, flujos y mareas
nunca creyeron en retiros secos

ya esperan la basura
tiemblan
no entienden milagros, el mar siempre corroe

y otra vez valientes afrontan la sequía
con el orgullo de haber sido
ballena, tiburón y gloria
con la sangre de un corsario
y la goma plástica enmohecida.


Pescadores de la Baja

Chingar sistemáticamente al cosmos
cuchillada tras red
anegando bahías de intestino y sangre
pensamiento cerveza
carcajada asesina
destino mercachifle
fatalidad de basura, desiertos sembrados con leche
motor de ubres
memoria de aceite
mutilada Anfititre
barrigas sin ontología
carroñeros de un mar que les desprecia.