lunes, 3 de noviembre de 2008

Los balnearios y sus poetas tutelares(extracto)


por Darío Oses
para nuestro.cl


Poetas tutelares

Uno de los primeros poetas que parte a habitar el litoral es Manuel Magallanes Moure. En Cartagena escribe su libro La casa junto al mar, que aparece en 1917.

El pintor Juan Francisco González iba Las Cruces todavía rural. Su hija mayor, Jimena, recuerda que pasaban los veranos allí, en un fundo de su abuelo. El padre iba a verlos los fines de semana. Con prismáticos los niños veían bajar su coche por la cuesta de San Antonio. En cada temporada pintaba tres o cuatro cuadros. Salía a caminar y cuando encontraba algo que le gustara lo pintaba, fuera un paisaje marino o algún campesino con los que entablaba amistad rápidamente.

En el litoral central de Chile hay balnearios que tienen a un poeta como genio tutelar. Es el caso de Isla Negra, que era una playa salvaje y de difícil acceso, cuando Pablo Neruda llega a ella, en 1938, buscando un lugar donde dedicarse a escribir su libro Canto general. Entonces Isla Negra se llamaba Las Gaviotas. Eladio Sobrino, un marinero español que al perder su barco en Punta Arenas decidió quedarse en Chile, había levantado allí unas rústicas casas de piedras. El poeta compró una de ellas. En su libro Una casa en la arena, reconstruye poéticamente la casa y el paisaje del entorno.

El recordado grupo de Los Diez, que dirigía Pedro Prado, hizo planes para construir una torre en Las Cruces. De esta sólo quedan los planos que hizo Julio Bertrand Vidal. Pero el genio poético de Las Cruces es Nicanor Parra.

Parra se instaló a vivir en una de las casonas tradicionales del balneario, a la que se conocía como "El castillo negro". Era una impresionante edificación de madera, íntegramente forrada en tejuela, con tres niveles en el volumen principal y cinco en la torre. La construyó el arquitecto Héctor Hernández para Rodolfo Marín, intendente de Colchagua en 1919. El castillo negro estaba inspirado en el pintoresquismo que tanto influyó en la arquitectura de los balnearios chilenos a principios del siglo XX. Desafortunadamente un incendio consumió íntegramente esta edificación. Entonces el poeta se trasladó a vivir a la casa del lado, desde la que domina la playa chica.

En la primavera del 2004 se celebraron, en Las Cruces, los noventa años de Nicanor Parra, con noventa campanadas en la iglesia -que es obra del pintor y arquitecto Pedro Subercaseaux- y noventa volantines encumbrados en la playa.

El genio poético tutelar de Cartagena es Vicente Huidobro.El 24 de septiembre de 1947, pocos meses antes de morir, Huidobro le contaba a su amigo, el poeta español Juan Larrea, que se había quedado con parte de una hacienda de sus padres y abuelos, a la orilla del mar. Ahí vivía en paz, arreglando el parque de la sencilla casa rural.

El poeta solía invitar a sus amigos a esta casa en Cartagena. Entre los visitantes frecuentes estaba Eduardo Anguita, que encantaba a Vladimir -hijo de Huidobro- con el cuento de que el subsuelo del balneario era un mundo poblado por duendes.

Volodia Teitelboim, en su biografía Huidobro, la marcha infinita, señala que al regresar por última vez de Europa, ya en la etapa final de su vida, el poeta se retiró a ese pedazo de la hacienda de la familia. Le gustaba salir a dar largos paseos a caballo, acompañado por sus perros.

Huidobro viajaba en tren desde Santiago y llegó hasta la estación de Cartagena en los últimos días de diciembre de 1947 para pasar allí el año nuevo. Como de costumbre se fue a pie y cargando su maleta, hasta su casa ubicada en la parte más alta del balneario. Tal vez el esfuerzo le provocó, poco después, un derrame cerebral.

Su biógrafo, Volodia Teitelboim anota que fue un año nuevo nefasto. El poeta estaba postrado, debatiéndose entre la vida y la muerte, cuando comenzaron a llegar los invitados a la fiesta.

Eduardo Anguita contaba, poco después, que con el repicar de las campanas y los estallidos de los fuegos artificiales, Huidobro se había incorporado en la cama, inquieto. A ratos no reconocía a las personas y decía tener miedo, sin saber de qué.

El poeta murió en su casa de Cartagena, la tarde del viernes 2 de enero de 1948. Un alcalde prestó una tumba en el Cementerio de los Pescadores para que se lo sepultara provisoriamente. Más tarde se lo trasladaría al lugar que él mismo había elegido, en el terreno de su casa.

En uno de los artículos recogidos en el libro Pretérito presente, Alone relata lo que él mismo llama la "ceremonia triste, patética, rara, desolada y tan terriblemente significativa" de los funerales del poeta: "aquel cortejo, esa marcha interminable tras un furgón hermético: misterio pintado de negro. Bajar hacia el mar desde la falda de las colinas y seguir por senderos de arenas, por dunas, por eucaliptus...".

El cortejo llega por fin a un cementerio mínimo, escondido detrás de las casas. Cuesta entrar el ataúd por la puerta estrecha: "Cuando quieren depositarlo en el nicho no cabe. Imposible. Miran entonces alrededor y divisan por allá un hueco desocupado". Una voz dice que es de Fulano y otra replica que ese no piensa todavía en morirse, así es que miden la boca del nicho y el ancho del ataúd con una rama, y al comprobar que entra, lo dejan allí.

Concluye Alone su artículo, observando que Huidobro, que había juzgado estrecho y mezquino el escenario que le ofrecía su país natal, por una incongruencia muy suya, "marchó escoltado por huasos del fundo hereditario hasta el menos exótico de los sepulcros chilenos".

Cuentan los trabajadores que cuando se retiraron los restos del poeta del nicho aquel donde lo habían dejado, apareció una banda de cerca de medio centenar de jotes que siguieron al ataúd durante todo el trayecto del traslado a su tumba definitiva.

Así, Huidobro se quedó para siempre en Cartagena. Se tejieron muchas leyendas a su alrededor. Decían, por ejemplo, que se aparecía en las noches como jinete fantasma. Volodia Teitelboim hace notar que, tomando en cuenta los estudios de ocultismo que el poeta hizo en París y algunas de sus obras donde explora los mundos sobrenaturales, tal vez no le hubiera extrañado ni desagradado convertirse en superstición local.

A Cartagena se retiró también a vivir el escritor Luis Enrique Délano. Su casa, cercana a la hoy destruida estación de trenes, fue heredada por su hijo Poli Délano, que se convirtió en uno de los principales animadores de un grupo de amigos del balneario, que en los años 90 organizó memorables festivales artísticos y culturales en Cartagena. El pintor y escritor Adolfo Couve, también eligió vivir y morir en Cartagena.

Dicen que la infancia es la patria de los poetas. Tal vez la segunda patria sea algún balneario.

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