sábado, 30 de agosto de 2008

Poemas del mar

Fesal Chain (1)

En la historia poética chilena hay muchos poetas que escriben al mar o desde el mar, pero hoy en la tarde, leyendo y releyendo a Neruda, me encontré, con una cierta sorpresa, que el tema del mar en nuestro poeta, no es meramente un objeto poético fundamental en él, como ya se sabe, sino que Pablo atraviesa su propia poesía, la conforma y la destruye con y desde el mar. 

Es como si hubiese querido ser un poeta solamente del mar y que dada su energía y creatividad cuasi infinita, no le haya quedado otra que hablar y escribir sobre todo lo demás. Posiblemente no sea esto novedoso, en el sentido que Neruda hasta el hartazgo, ocupa la playa y el puerto y el agua completa del océano e incluso de las vertienetes de los cerros, desde sus casas construidas y habitadas por él mismo y colmadas de objetos marineros, que hoy le trascienden en el imaginario popular, incluso más alla de su propia poesía. 

Sin embargo a lo que me refiero, no es a la mera convivencia del poeta con el mar. Lo que me di cuenta de él en esta relectura, es que Neruda, nacido en Parral y crecido en la Araucanía, llegó a la poesía para declarar el sitial fundante del mar en la creación total del universo y de la palabra, y que realmente él mismo era un ser del mar, como podría ser un pez tornasol o un gran cetáceo, y que moviendo sus dedos y uñas como las aletas y escamas que fueron, ocupó la la tierra, caminó por este pequeño país, para demostrar como lo ha hecho la tradición milenaria de la Torá y del Sabath, que fuimos peces y no meramente monos, y que somos hoy mamiferos marítimos, perdidos en el mundo terrestre como ágatas pulidas y tiradas en un plato de cualquier mesa de centro, de una casa abandonada en el desierto.

LA ESTRELLA
Jardín de Invierno, Losada, 1974

Bueno, ya no volví, ya no padezco
de no volver, se decidió la arena
y como parte de ola y de pasaje
sílaba de la sal, piojo del agua,
yo, soberano, esclavo de la costa
me sometí, me encadené a mi roca.
No hay albedrío para los que somos
fragmento del asombro,
no hay salida para este volver
a uno mismo, a la piedra de uno mismo,
ya no hay más estrella que el mar.


Poemas de Fesal chain

Mar y mente

el mar golpeteado
por las gaviotas
en picada las gaviotas
sobre el mar pacífico
y en la mente 
piedrecillas
a la velocidad de la luz
arenisca arañando
los menadros
de la mente
a la velocidad de la luz.

Abandono

Por la cúpula de cristal
cae a chorros estridentes
el agua salobre
de la cascada
en el profundo mar,
en la cúpula
musgosa y oxidada
en su contornos de metal
se guarda
el cadaver de Poseidón 
terrorífica fotografía
de tiempos idos,
el barbón de mármol
me invita a su guarida
yo  arranco nadando
con pavor
mientras los cetáceos
pegajosos
me rozan la piel
y me aúllan
que vuelva
que vuelva
que soy el hijo pródigo
que no debo 
salir a la superficie
que no los deje  otra vez.

UNA MANCHA

Acá en el mar
en su orilla 
como un personaje pictórico
de Couve
soy tan solo una mancha 
en el devenir del tiempo
soy acaso un cuerpo
en sfumato
entre el cielo y el suelo 
y el mar aceitoso
de esmeraldas y leche,

eso soy.


MARTA, LA PRIMERA DE TODAS

A Don Neftalí y en su nombre
a todos los compañeros de la Exequiel


Era profesora
Marta era su nombre,
yo tenía 10 años
y nunca supe de su historia
hasta que llegué a esa pequeña célula
de la vieja población obrera.
Ese era su nombre
y bajo Marta Ugarte nos juntábamos
a luchar, a organizar
con los viejos y queridos compañeros,
de esos días siempre me acuerdo
de la tarde de verano de mi juramento
los sandwich de jamonada
entre las máquinas de coser
y las pausadas palabras de Don Neftalí.
Bajo el nombre de Marta Ugarte
nos juntábamos
te repito, era profesora
y fue la primera y la única
que el mar
el triste mar de esos días aciagos
el negro mar de esas noches tristes
devolvió a sus costas.
Mar justiciero y bonachón
Mar del lado de los pobres
y de los valientes de siempre.
Marta, nuestra profesora
la misma que nos enseño las tablas
o a lavarnos las manos
o a leer a Oscar Castro
en los libros de la escuela,
¿Te acuerdas?
Marta la primera
la única devuelta
por nuestro mar
a favor de los humanos.
Fue encontrada semidesnuda
y dentro de un saco
amarrado a su cuello
con un alambre.
Ese mar que ahora
tranquilo nos baña
la devolvió lejos de su casa
allá en Los Molles
en la playa la Ballena.
Marta Ugarte,
la conocí por la Exequiel
cuando bajo su nombre nos juntábamos
a luchar, a organizar, a soñar nuevamente
con los viejos y queridos compañeros
.

EL MAR DE CHILE 1

Cuando voy al mar de Chile
Al hermano mayor
Que cubre los largos e interminables
E infinitos kilómetros de Chile
Y veo sus olas revueltas y el frío

Temblando en las piernas
De las mujeres de los pescadores
Y las gaviotas y los lobos
Pienso en el hermoso y duro Marinetti
En el futurista que cantó al automóvil
Y a la fuerza
¡Oh grande, rebelde y feroz mar!
Mar vengador,
Mar como hule incoloro
¡Anda! ¡Salta!
Salta con salto elástico
Hasta las nubes, hasta el cenit.

Y cuando veo trémulo y distante
Las algas verde ámbar
Y las ágatas redondas chocando
Y los gritos del elefante
Con su vaho volando
Por los kilómetros interminables
De la patria
Pienso en el hermoso y duro Marinetti
En el futurista que cantó al automóvil
Y a la velocidad del rapto
De las masas sin miedo
¡...Y luego botar y rebotar, sin cansarte
Como una enorme bola!
¡Inundar orillas, puertos, muelles, agachados
Como búfalos bajo sus retorcidos cuernos
De humo!
Cuando voy al mar de Chile
Al hermano mayor
Que cubre los largos e interminables
E infinitos kilómetros de Chile
Y veo sus olas revueltas y el frío

Temblando en las piernas
De las mujeres de los pescadores
Y las gaviotas y los lobos
Pienso y pienso y pienso
En el hermoso y duro Marinetti
Que cantó a la muchedumbre

Carismática
Embelesada por su propia marcha

Firme sobre la tierra negra
Aplasta, oh mar, las ciudades

con sus corredores de catacumbas
Y aplasta eternamente a los viles,
A los idiotas (…) y siega, siega
De un solo golpe las espaldas

Inclinadas de tu cosecha.
Cuando corro por la arena
Como un desvariado
Y monumental gigante
De alas blancas
Cuando miro la roca que estalla
Sobre mi mar de Chile
Cuando miro a los pescadores
Que vuelven de la jornada
Popular y hambrienta
Del pescado barato y mal mirado
Pienso, busco, pienso y busco
A Marinetti
Cuando gritaba frenético
Como yo quisiera hacerlo:
¡Oh mar
Mar de Chile, mar tempestuoso
Y vengador ¡
Oh mar de Chile mío
De mi Patria herida y degollada,
Haz machucar los pozos
De los millonarios,
Tocándolos como tambores!
Y luego, sentado sobre su arena
Me deleito en soledad,
Como un niño
Que juguetea con su rifle
Y una granada de mano.


MAR DE SILENCIO

Mar de silencio y no tempestades
Profundo estanque esmeralda

Que refleja mi rostro

Y tú, mi fuego, llamas de miel

Rodillas de niño y escasas caderas,

Huesos arqueados al sol

Ternura desnuda, solitaria ángel de luz

Y tú, dientes de cal, delgados labios

Índice apuntando al infinito,

Solitario ángel de luz.

Mar de silencio y no tempestades

Porque tu perfil no agoniza,

Cuando con estas palabras,

Que te reconocen y forman

Te aparezco y me apropio
De tu imagen holográfica.

Mar de silencio y no tempestades,

Que no eres princesa, ni pequeña niña pequeña

Ni loca muchacha como los pájaros, no.

Ya no eres viejos nombres.

Entonces eres escamas, pez tornasol,

Nostalgia de barcos de roncas sirenas

Que no eres lagos que parecen mar

Que no eres números, ni palomas, ni monedas

Que no eres moneda de cambio

Ni arrancas de extraños seres

En las abarrotadas tardes de escaleras

Eres entonces un filo de navaja

Pegado a mi piel

La aparecida

La que asusta al viajero de noche

Y que hacer balar alas ovejas

Nerviosas de frío

Eres entonces látigo de metal

Chasqueando en algún punto de este aire

Equidistante del suelo y del cielo

Eres entonces alguna constelación

Entre nubes negras y rápidas, más rápidas

Que el incesante ondular de ramas y de hojas

Eres nueva, como ropa recién lavada

Y sorprendes como un carrusel

Que gira en la estratosfera

Hecho de pequeños caballitos rojos

Y astronautas

Eres entonces, acaso

Una vida arcaica recorrida

La mirada de un niño mojado

Que atraviesa los cristales

De una casa torcida hacia sí misma

Y ahora que me has visto y escuchado

¿Te reconoces?

¿Te das cuenta que te observo hace décadas

Paseando por el jardín del mundo?

¿Te reconoces?

¿Te das cuenta que hago hablar al tiempo

Y recorro sigiloso tus días anteriores?

Mar de silencios y no tempestades

Palabras tenues como soplido

De un viento inexistente

Pero no temas

Tú sabes, lo sabes hace mucho

Que ahora te toca comenzar

Y que ese lejano mañana

Que aún no llega
Vendrá contigo

Reconociendo los siglos que pasamos

Cuando antes de toda guerra

Éramos en el perfumado

Y florido jardín de nuestro Padre

Compañeros y amantes.


VOLVER A MANCHUFELA

Mirando la noche y al mar
En un banco de una plaza nueva.

Noche en Punta de Tralca

Mirando la noche que se esconde en la pupila

La noche que no se deja ver.

La noche que esconde los contornos

De las cosas

Que esconde el detalle de las cosas

Y descubre los detalles de la gente

Que nos muestra enteros.

Caminar hacia arriba

Por la subida gradual

Las señoras viejas que saludan

En la noche enorme

De tu mirada en la mía

De mis ojos en tus ojos

De asombro

Asombro en
tus ojos de ayer.
Viento frío

En Punta de Tralca,

Mirando la noche

Mirándonos a cada uno en el otro

Mirándonos sólo como uno

En un banco de la plaza nueva
Frente al mar
.

EL MAR DE CHILE 2

El mar de Chile
Está lleno de huiros

Lleno de manchones amarillos de sal entre

La espuma blanquísima

Cuando explotan las olas

Sobre las rocas redondas y estallan como pólvora

El mar de Chile tiembla de día y de noche

Suena a derrumbe continuo

Lleno de cochayuyos pegados a las rocas

Como serpientes marinas retorciéndose

Como serpientes retorciéndose en la cabeza de

La medusa

El mar, el mar el mar de Chile

Esmeralda en el día y negro como un

Subterráneo anti nuclear

De noche

El mar

Que trae un suave olor a musgo

En su movimiento perpetuo

El mar revuelto que me hizo mirar sólo mirar

Que me invitó a sentir tu fragilidad

El mar de Chile que te trajo de vuelta

Como devuelve intempestivo

Los restos de los barcos

Que han naufragado

En su cuerpo.


TARDE EN EL QUISCO

Un lunes cualquiera
A una hora indeterminada,

Lolita me regaló el mar de Chile,

Lo miré en silencio desde las rocas multiformes,

Grandes olas esmeralda

Cayendo como crema batida sobre la playa.

El rumor permanente de un mar tempestuoso,

La gaviota sola con un pez en el pico,

El castillo de lobos que han emigrado tranquilos.

Dos mujeres jugueteando semidesnudas bajo el cielo

Del Quisco.

Un hombre que se despide de una patria

Quebrada como un espejo roto,

Un Lunes cualquiera, a una hora indeterminada,

Grandes olas esmeralda cayendo y cayendo

Como crema batida sobre la playa.


NEPTUNO Y
LA MAR

En tanto, haciendo las paces con el todo
El espeso verde

Se revuelve en la onda fosa

En la hidrografía continental

De su espesura

Bombea su furia

De tritones y

Sirenas

Y el rey, el monarca total

Del húmedo territorio

Neptuno en su tridente

Rabioso y ciego

Da vuelta sobre sí mismo

Dibujando remolinos

En su brava negrura

Y diapasón.



Fesal Chain: Ver referencia en la sección Marinero Editor de este blog.

La costa de los poetas chilenos (1)

Rafael Gumucio

22/09/2007


Nadie sabe muy bien por qué, pero en Chile los poetas suelen buscar una playa y retirarse a ella. El retiro es, por cierto, cualquier cosa menos total. La playa más cercana a Santiago, la capital, queda a sólo 110 kilómetros de la ciudad. Tres de las más importantes voces de la poesía chilena, Vicente Huidobro, Pablo Neruda y Nicanor Parra, han buscado justamente refugio en esa costa cercana (Gonzalo Rojas, en cambio, se ha internado en el lejano Chillán). De alguna forma, ese refugio cercano y lejano a la vez les ha permitido a los poetas quedarse en la capital e irse al mismo tiempo, mirar por una ventana la grandiosidad del Pacífico, y por otra, las rencillas, peleas y glorias pasajeras de Santiago.

La costa de los poetas alguna vez se hizo llamar la costa azul. Una serie de balnearios encopetados que querían parecer Deauville o la Concha de San Sebastián se instalaron entre las rocas y las dunas a principios del siglo pasado. La carretera y los túneles que progresivamente unieron estas localidades cada vez más con Santiago convirtieron El Quisco, Cartagena y Algarrobo en centros de vacaciones populares. Hoy, entre los eucaliptos y los bosques de oscuros pinos surgen toda suerte de pensiones, hoteles, cabañas y rutas para boy scouts. La costa de los poetas es ruidosa, viva, llena de contrastes. Campos de golf en Las Brisas, carruseles y circos en El Quisco, desnudos acantilados en Tunquén y funcionarios jubilados en Algarrobo (en donde los ex presidentes Allende y Frei tenían casas vecinas). Cuando el verano se retira, la costa de los poetas vuelve a soñarse señorial, decadente, salvaje, amable y crepuscular.

Epitafio en el mar

Asombrosamente, o quizá no tanto, los lugares en que vivieron nuestros tres poetas se parecen de algún modo a su poesía. Huidobro, el gran señor de la poesía chilena, el amigo de Apollinaire, el propagador de todas las vanguardias, se retiró a Cartagena después de haber recibido dos heridas de bala como corresponsal de guerra en la II Guerra Mundial. Su residencia, un caserón de campo que se supone que servía de casa patronal para el fundo que el padre del poeta fue loteando de a poco, sobrevuela el balneario de Cartagena desde un cerro. En su tumba dejó el creador del creacionismo escrito: "Aquí yace Vicente Huidobro. Abrid la tumba, al fondo de ella se ve el mar". La invitación del epitafio era demasiado tentadora, y varias veces los desconocidos de siempre han destrozado la lápida buscando el mar en el fondo del agujero.

Esa tumba con vista al mar mira también a una ciudad que como ninguna otra representa en sus calles el encanto ligeramente pasado de moda que baña la voluntariosa poesía de Vicente Huidobro. Vivió el balneario la misma transformación que la vida del poeta. A principios del siglo XX, Cartagena fue el balneario elegante por excelencia; después, la modernidad que tanto enamoró a Huidobro la convirtió en el balneario popular más famoso. Pasó de ser sobrio, exclusivo y desvitalizado a ser bullicioso, demencial, abierto y vivo. La playa grande se llena en verano de carpas hechas de restos de plástico. Su señorial paseo marítimo es el hogar privilegiado de la fritura, el reggaetón y las botellas de plástico y pitos de marihuana.

En invierno, Cartagena queda casi desierta: sus pensiones vuelven a ser palacios en ruinas, sus calles vuelven a mirar, no a la multitud bullente que devora todo lo que encuentra en la caleta de San Pedro, sino al mar, que llega manso y frío a la playa de arena morena. Escritores como Poli Delano y el desaparecido Adolfo Couve han escrito y vivido ahí. De tarde en tarde, un equipo de cine viene a captar este Valparaíso en miniatura y sus asombrosos atardeceres.

No es un azar, en cambio, que Isla Negra se parezca a la poesía de Neruda. El balneario fue creado enteramente por el poeta. Cuando, cansado de errar por el mundo, decidió imitar a su amigo y enemigo Vicente Huidobro y vivir con vista al mar, el pueblo no era más que una calle. Vivían y viven aún, en esta isla que no está separada del continente por ningún mar, sólo unas tejedoras de arpilleras. Neruda y un par de amigos decidieron conservar, e incluso acentuar, el carácter silvestre del pueblo. Pinos entre los que el viento silba, rocas oscuras que se aventuran al agua, casas que se pierden en el bosque, y bosques que se internan en las casas. Todavía hoy no se han instalado, por voluntad expresa de los vecinos, faroles ni luces en las calles de tierra. Hasta el hotel principal del lugar, la hostería de Isla Negra, conserva ese encanto rústico, de un mundo recién creado, tal vez ayer por la mañana. Por desgracia, la industria nerudiana -sus pescados de piedras, sus bajorrelieves de cobre y frases hechas- ha invadido el pueblo. La propia casa de Neruda -una cabaña que fue agrandando con diversos pabellones, alas, locomotoras, mascarones de proa, conchas de caracol- es ahora un museo que rinde culto a la irreprimible necesidad del poeta de seguir de adulto acumulando juguetes y talismanes. Durante décadas residía también en Isla Negra Nicanor Parra. En broma decía que no le importaba ser el mejor poeta de Chile, con tal de que fuera el mejor poeta de Isla Negra. Luego de la muerte de Neruda, Parra se trasladó unos kilómetros más al sur, al discreto y misterioso balneario de Las Cruces. Un cruce perfecto entre la señorial Cartagena de Huidobro y la rural y selvática Isla Negra de Neruda, Las Cruces posee una pequeña playa rodeada de mansiones, algunas de ellas carcomidas por las termitas, y casas de madera más sencillas. Más allá, las rocas al borde están habitadas por pelícanos y lobos marinos. La casa de un estudiante eterno.

La casa de Parra es como toda su obra, un proyecto en eterna construcción. Una torre que era su lugar para escribir se quemó, y a sus 94 años, el poeta piensa reconstruirla. De este mismo incendio se salvó una casa de madera, modesta pero cómoda, llena de colecciones -como las de Neruda-. Esta colección no era de objetos bellos o poéticos, sino de fotos con leyendas que la deforman, máquinas de escribir difuntas, bandejas de pasteles sobre las que Parra todavía escribe sus lúcidos decretos antipoéticos. Una casa que parece la de un estudiante eterno, que recopila pruebas contra la poesía y sus abusos de lenguaje.

Y por el ventanal abierto, una vista privilegiada a la bahía y al mar, que indiferente a los versos y declaraciones de los tres poetas que lo habitaron, ataca las rocas y las convierte en arena.



(1) Artículo del Diario El País de España

El mar de los poetas (1)

Georges-Michel Darricades

14-3-2008

… Las olas
corren, corren sin cesar
como si algo persiguieran,
sin alcanzarlo jamás

Manuel Magallanes Moure

“Y él, que es la misma luz,/ se reconoce culpable de la noche./ Sin embargo, al final, en el ocaso,/ al otro lado de su muerte roja,/ tiende su mano herida y acaricia/ con última piedad al cielo inmóvil.”, Así se refiere nuestro poeta surrealista Braulio Arenas al crepúsculo que avizora desde el cementerio marino del villorrio de El Totoral que da inicio al mar de los poetas.

La ruta costera que va desde El Quisco a Cartagena inunda todos nuestros sentidos de brisas marinas y la palabra se hace poesía de inmenso mar bravío. Adentrándonos a la Isla todo se respira Neruda, más adelante nos encontramos con Jonás, (Jaime Gómez Roger) el poeta de El Tabo y con Parra desde la torre-mirador de Las Cruces, para llegar después a la casa solitaria de Adolfo Couve en Cartagena donde más allá de la tierra en el fondo del mar nos abrazamos con Huidobro.

En la Isla siempre está Sergio, nuestro orfebre en la plaza del poeta, entre los pinos, junto a Jorge el cantor de la poesía y las leyendas del litoral. Junto a ellos no dejamos de escuchar el rumor lejano del dueño de casa: “Aquí en la isla/ el mar/ y cuánto mar/ se sale de sí mismo/ a cada rato,” y más adelante: “Padre mar, ya sabemos/ como te llamas, todas/ las gaviotas se reparten/ tu nombre en las arenas.”, para terminar, cuando los hombres hallamos solucionado todos los problemas: “Todo lo arreglaremos/ poco a poco:/ te obligaremos,/ mar,/ te obligaremos, tierra,/ a hacer milagros,/ porque en nosotros mismos,/ en la lucha,/ está el pez, está el pan,/ está el milagro.”

Y llegamos al mar indómito de El Tabo, donde está Jonás “entre el silencio y la lluvia”, y su revista Alta Marea con la fuerza de las olas, y su casa, su hogar que palpita como las algas. Un día a la vuelta del camino, casi a última hora me hizo un regalo, me dio un consejo: “Se llamó Federico./ Hoy viene a visitarme./ Me da consejos sanos:/ Sangre que busca por mil caminos muertos...”

Más al sur, Las Cruces, y Parra. Se canta al mar: “Cuando mi padre me cogió de un brazo/ Y volviendo los ojos a la blanca/ Libre y eterna espuma que a lo lejos/ Hacia un país sin nombre navegaba, como quien reza una oración me dijo/ Con voz que tengo en el oído intacta: “Este es, muchacho el mar,/ El mar que baña de cristal la patria.”

“Abajo, a distancia, el mar, Cartagena”, decía Couve en las primeras líneas de su obra póstuma y la obsesión de torcer por otros rumbos el final de La Comedia del Arte. ¿Tú crees que no es difícil para mi estar aquí solo?. A veces también hay miedo y no escuchas el mar, decía en una de sus últimas conversaciones, él un narrador que sin embargo estuvo por alcanzar la perfección del lenguaje que lo llevó a rozar que es mejor que tocar, tal como decía, la poesía.

Y siempre en la más que centenaria Cartagena, el rumor de las olas se escucha en la tumba de Vicente Huidobro: “Abrid esta tumba: al fondo de esta tumba se ve el mar.”

En esta tierra que el amó para siempre el poeta construyó su magistral Monumento al mar: “He aquí el mar/ El mar donde viene a estrellarse el olor de las ciudades/ Con su regazo lleno de barcas y peces y otras cosas alegres.”

Lo increpa: “Hazte hombre te digo como yo a veces me hago mar.”

Y al final, melancólico y como un presagio: “De una ola a la otra hay el tiempo de la vida/ De sus olas a mis ojos la distancia de la muerte.”

En nuestra casa de El Quisco en invierno junto al fuego que consume los troncos en la chimenea, miramos las llamas que jamás se repiten en su forma y crepitar, al igual que las olas del mar poético que sentimos cantar incesante.

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Manuel Magallanes Moure: Jamás, en La casa junto al mar.
Braulio Arenas: Pequeña meditación al atardecer en un cementerio junto al mar.
Pablo Neruda: Oda al mar, en Odas elementales.
Jaime Gómez Rogers, “Jonás”: Diccionario Cabal, Entre el silencio y la lluvia.
Nicanor Parra: Se canta al mar.
Vicente Huidobro: Monumento al mar.
Adolfo Couve: Referencia a La Comedia del Arte, Cuando pienso en mi falta de cabeza.





(1) Artículo del sitio web de AVANCE Centro de Estudios Sociales