viernes, 8 de octubre de 2010

Antología de Poemas del Mar


Salió publicada y está distribuida en España, la Antología de Poemas del Mar donde el editor de El Mar de los Poetas, Fesal Chain, participa con el "Poema en prosa basado en La Isla de los Muertos de Arnold Böcklin, con música de Rachmaninov", el autor agradece a Mila Pérez Villanueva de España y al poeta Gabriel Impaglione de Italia.

martes, 28 de julio de 2009

Escribir el mar, por Juan Cameron

Prólogo del poeta de Valparaíso, Juan Cameron, a la Antología "El Mar de los poetas", próxima a aparecer bajo el sello de Ediciones Calíope.




Hugo Montes lamenta la falta de antologías temáticas en nuestro país justamente en el prólogo de Los poetas del mar, selección publicada por la Editorial Andrés Bello en 1978. Con acierto el recopilador de El mar de los poetas nos presenta aquí más bien a autores vinculados a la imagen, o por semejanza, al inmenso océano que -para quienes nos ha acompañado desde la infancia- posee más que un motivo simplemente estético, una fuerza metafísica determinante y esencial. Es en esta comunión donde establezco como lector el afán de Fesal Chain por reunir en un solo cuerpo el trabajo de autores de tan distinta índole u origen y, al mismo tiempo, tan vinculados a esa monumental idealización.

En tal sentido el mar se torna en ese mundo otro, distante aunque siempre presente, que va junto a nosotros como ese valor opuesto justificado en el reflejo que nos da razón y existencia. El mar es un querer ser, un permanente imaginario percibido en la piel a cada instante. Por obra del recuerdo o de la palabra ha sido destinado a construir, en definitiva, un texto para acunarlo en toda su intensidad. Pero no lo poseemos, ni siquiera somos parte de aquel. A su lado, por un breve instante se nos entrega para cargarnos después con su infinita nostalgia; nada más.

Doce autores responden por su vinculación hacia este elemento en el presente trabajo. Julio Silva lo habita en el recuerdo junto a las imágenes de la infancia y sus primeras lecturas: “la mar gritaba mi madre, el mar mi padre,/mira Julio es el mar, nunca habías venido,/ la arena y los niños corriendo mojados,/ construyendo figuras, escapando al agua fría”. Es el mar de los pobres, es el balneario de Cartagena en los años 80 con sus pobres residenciales el que más tarde, en tierras lejanas, le acompaña como una imagen permanente: “Veía a Chile desde lejos y siempre,/ en todos los recuerdos estaba el mar”.

Gabriel Impaglione, el poeta argentino natural de Morón –ese hermoso lugar unido al Gran Buenos Aires en dirección al Santuario de Luján- refleja en sus textos el brillo de la superficie cuando esta esconde un mundo cargado de plata refulgente en sus profundidades: “El mar es una cinta que brilla en tu pelo” canta a su capitana, y de allí extrae la fuente de nácar, imagen de cuanto es valioso y resplandeciente a la vez.

El poeta Raúl Ocaranza, natural de Copiapó y crecido en Puerto Viejo, une mar y poesía en tanto forma y como expresión de sentimiento. La imagen de la amada es como el mar, cuando no es el mar mismo: “Tus ojos los pinto/ con el brillo del sol/ en el agua”, declara; y luego: “mi mar es una mujer/ enamorada/ que me abraza con olas/ y me desea con marejadas”. En cambio Marcelo Valdés, poeta del mar sin casa en la playa ni lancha a motor”, como se presenta, es el fonema y la aliteración, y también el registro de una mítica Cartagena o de los asesinados por la dictadura su más estrecho vínculo. Pero el paso de la memoria es fantasmal, descubre; “y por tanto,/ y debido a todo lo anterior,/ sólo queda remar”, nos dice.

Y hay poetas que intentan habitar ese mundo; o lo desean. Para María Francisca Rivera tanto el mar como la costa integran el escenario sobre el cual ella se desplaza en una suerte de vuelo intuida por Bachelard en El aire y los sueños. El impulso amoroso la conduce entonces y “confundiéndose con el mar/ en el horizonte/ pasan cuatro caballos (…) se dibuja el quinto a distancia”. Michelle Valencia, por su parte se enfrenta a éste como a un poder superior que determina su mundo. Protegida en su refugio del insondable mar, nos dice, va hacia aquel sin embargo en busca de la entidad ausente: “me di un baño en el océano atlántico/ en la orilla de una playa desierta (…) y embriagada en sus suaves olas/ me fundí en sus aguas quietas”. Y la mexicana Zullette Andrade, para quien bucear y escribir nacen de una misma fuente, ve en los niños a quien ella enseña como maestra, como los habitantes de ese vasto océano “viviendo en palacios de papel/ y barquitos de periódicos”.

Curiosamente Juan Pablo Núñez, quien confiesa su negativa a leer poesía, declara también la intención de nadar una vez más en esas aguas para escribir, pues este es su único oficio: “¿Alguna vez les dije/ cómo terminará mi vida?/ Será en el mar de mis sueños,/ y así será”. Compromiso que en Mario Aguilar cobra vigencia histórica y oficia de testimonio: “Porque entre los abismos fantasmales del mar/ el mar como sarcófago y tumba/ se hallaban los rieles del tren/ que ataban los cuerpos de Marta y de Marcela”. Para Aguilar se trata de una entidad mayor donde yace el pasado, el presente y el futuro tanto de la historia personal como de la patria.

Pero este habitar cobra sentido en el poeta mexicano Mario Jaime, para quien nereidas y anémonas integran un mundo distinto, una naturaleza propia, tal vez con un dios y un sentido cosmogónico particular. Allí junto a una larva de pez transparentada conviven gelatinas pegajosas al color, guiños demoníacos, arcos y trapecios en un amoroso embotellamiento vial de flotación. Y para René Acevedo la simbolización tiene en cambio un sentido de dolor, de efectivo naufragio cuando no de nostalgia. Como una amante ya perdida, su imagen carga con los días perdidos ocultos ya en un fondo demasiado lejano para recobrarlos: “sé que en el mar se quedaron mi vida, mi corazón y mis sueños/ y que jamás habrá otro puerto ni otra playa/ otra lancha u otro bote/ que me hagan reflotar y sentir la calma”.

La contribución literaria de Fesal Chain en estas páginas cobra fuerza y rescata la vigencia poética de lucha en un canto de amor y de reconocimiento y en el significado que el océano Pacífico conlleva para lo popular, lo nacional y lo telúrico. Su voz nos remite a Pablo de Rokha: “cuando miro la roca que estalla/ sobre mi mar de Chile/ cuando miro a los pescadores/ que vuelven de la jornada/ popular y hambrienta/ del pescado barato y mal mirado”. El mar de Chile cobra para él importancia como símbolo y necesidad vital, ese mar “esmeralda en el día y negro como un/ subterráneo antinuclear/ de noche (…) que trae un suave olor a musgo/ en su movimiento perpetuo”.

Distintas formas de enfrentar este vacío concreto y desconocido a la vez nos ofrecen estos poetas. Y en tal medida la intención primaria del realizador, nuestro poeta Fesal Chain, la de evocar en uno solo la suma de todos los mares, está desde ya cumplida. Así al menos ha de apreciarlo el lector.

viernes, 26 de diciembre de 2008

Los Rieles del Mar; Bahia Drake


x Mario Aguilar (1)


Los Rieles del mar

A los detenidos-desaparecidos que yacen en el mar

Fue en San Antonio que te esperé
Sin saber si tú serías o yo no
Pues solo sabía que algunos rieles serían
De entre todo y nunca más.

En una mañana de vapor y olas
Las gaviotas contemplaron una balsa
Que llevaba los excavadores a proa
Entre ellos un juez y también un poeta.

Y a medida que la bruma se disipaba
Las olas se separaban violentando los moluscos
Y diciendo “vamos a pescar rieles”
Los rieles del pasado y del presente.

Porque entre los abismos fantasmales del mar
El mar como sarcófago y tumba
Se hallaban los rieles del tren
Que ataban los cuerpos de Marta y de Marcela.

Muchos años atrás ellas fueron detenidas
Torturadas y vejadas no en el mar sino que en la tierra
Y sus cuerpos arrojados a ese mar celeste
Con rieles amarrados para que el mar se los tragara.

Y ahora después de treinta años siento el hastío
Y siento la añoranza de los árboles marinos
Cuando el mar se cimbra en sus hierros
Y los rieles transportan la memoria del mar a la montaña.

Rieles del mar como mariscos listeria nos
Y como corazones partidos de la almeja y el huiro
Llevan al juez y al poeta a estremecerse
Pues el caldo del mar trajo la memoria y el pasado.

¡Mar del litoral!
Guardabas secretos de la vida y la muerte
Pero no eres pánico ni hostigamiento
Aunque escupas rieles y botellas
Que contienen el pasado, la historia y la memoria.

Rieles del mar y mar de rieles
Escapen a la memoria y el pasado
Para que podamos saber y oír
Al mar de los rieles y al mar de la memoria.


Bahía Drake

En La Serena con Tamara

Bruma marina acongojada
Piratas ingleses y mujeres
En una bahía milenaria
En que escribí “tú y yo”.

Y ahí donde el ensueño del pasado
Y la añoranza del hogar y patria
De Francis Drake y sus compañeros
Te encontré silbando “Let it be!”.

Olas ruidosas y susurrantes
Caminando en la arena de la sangre
Donde recordé a Marta y Carrizales
Recordé una infancia feliz e interrumpida.

Ahí donde una medusa salió de las olas
Y encantó a la pulga de mar y los peces
Encontré y sentí como hace treinta años
La felicidad del tú y del yo.



(1)Mario Aguilar Benítez,  poeta y escritor chileno.

En su poesía Mario Aguilar ha tratado de experimentar con las características materialistas y estéticas de la historia, la tortura y el amor iniciando un diálogo entre el poeta como actor y el espacio natural y material como interlocutor. Autor de 18 libros sus escritos más recientes se han relacionado con la historia y la memoria de la Villa Grimaldi, hoy Parque por la Paz, lugar de detención y tortura durante la dictadura de Augusto Pinochet.

Personalmente como editor, celebro con mucha alegría y emoción que Mario esté aquí, en este espacio, como poeta, testigo y protagonista de una época macabra de nuestra historia. Celebro su presencia como un triunfo de la vida sobre la muerte y el horror, como un acto heroico de resistencia y amor, gracias Mario por existir y estar junto a nosotros, nuestras ideas no mueren gracias a seres humanos como tú.

Ramillete de Niños


x Zullete Andrade González (1)


REMEN, REMEN

Ahí van remando mis niños pescadores
llevando el ritmo en sus brazos
uno tras otro introducen el remo
quieren ganarle siempre al viento

Cual es la prisa que tienen
que parten en dos al lago
quieren al agua beberse
tranquilos, que no se irá de su lado

todos se necesitan
agua, remo, lancha, joven
para volar por el agua
y sentir el viento en la frente

remen , remen por sus sueños
alcáncelos ya que pueden
hacerlo con sus brazos fuertes
y el corazón de por medio.


NIÑOS DE CARTÓN

Existen pequeños hechos de porcelana
delicados, con la blancura fría
que fácilmente en dos se partirían
porque están huecos como la nada.

Pero están mis niños de cartón
simples y desprotegidos
que se encuentran en el olvido
y mojado su corazón.

Viviendo en palacios de papel
y barquitos de periódico
esperando que traigan al heroico
marinero con su oropel.

Mientras que otros como ocio
traen triciclo, carritos
comen dulces, chocolates
hasta los dedos chuparse

Mientras que otros sueñan
ellos no quieren despertar
parece que nunca se quejan

Dichosos puede que sean
tal vez si les guste soñar
con una vida más plena

Mientras que no dejo de pensar
en mis niños de cartón.


¿DE QUÉ COLOR SON LOS NIÑOS?

¿De qué color son los niños?
me preguntó una vez el mío
le contesté que no tienen color
porque son niños, no crayones

pero me volvió a preguntar
porque hay negros, blancos
de piel roja y amarilla
con cabellos negros de noche
o de color de día

con ojos cual el mar
o cafés como la tierra
verdes como la hierba
o grises como el metal

quería saber que tipo de niño es
pero solamente le respondí
que no importa el color de la piel
sino el interior que hay en ti.

Que no es color lo que ves
sino una fachada que tenemos
no son colores mi pequeño
no son niños arcoiris.

Todos son iguales mi niño
nunca pienses en el color
debido a que el amor
no distingue el colorido.

Y se fue algo tranquilo
pero me quede pensando
si eso pensaran lo mismo
mis colegas adultos
que no hay color en los niños
sino amor pintado en sus rostros.


(1) Zullette Andrade González, 37 años, poeta mexicana, es Bióloga y Maestra de preparatoria. Ella es lectora de nuestro blog y nos mandó esto delicados poema, de los niños, sus niños y el mar. Se lo agradecemos profundamente y estamos felices de poder publicarlos en este espacio, que a pesar de sus lentos avances no muere, gracias a personas como Zullette.

jueves, 6 de noviembre de 2008

EL VIEJO Y EL MAR


Enrique Cirules. 
La Habana, diciembre de 2001

Cuando a mediados de los años cincuenta alguien trajo una revista Bohemia al embarcadero de El Guincho con la traducción de The Old Man and the Sea, la mayoría de los pescadores y tortugueros de la célebre cayería de Romano no pudieron disfrutar de ese extraordinario relato, sencillamente no podían, no sabían leer. 

Sin embargo, Ernest Hemingway (Oak Park, Chicago, 1899—1961) ya era conocido en aquellos parajes; se le recordaba cono el americano que, de Faro Maternillos a Cayo Guillermo, a bordo de un yate, había estado persiguiendo submarinos alemanes durante casi dos años. 

Algo parecido había ocurrido en los alrededores de la esplendorosa Habana, donde Hemingway constituía ya uno de los grandes mitos, y no precisamente por la influencia que pudiera ejercer con su magnífica obra, sino por esa presencia suya entre los cubanos. 

En 1936, con menos de doscientas palabras, Hemingmay había publicado en la revista Esquire On the blue water la anécdota del pez y el viejo en la corriente. Era el relato que le hiciera Carlos Gutiérrez primer patrón del Pilar, sobre un pescador de Cabañas. 

Lo cierto es que, a pesar de todos los estudios que se han realizado, Hemingway sigue siendo en algunos aspectos ese gran desconocido. Incluso, cuando se publica El viejo y el mar, se desconocía que ese relato había sido desgajado de un producto mayor, una obra que Hemingway había comenzado a escribir tan pronto como concluyó la Segunda Guerra Mundial. Se trataba de una extensa novela que tituló The Sea Book, una trilogía sobre el mar, el aire y la tierra, a la que nunca le hizo la revisión final y nunca publicó en vida. 

Debieron transcurrir más de veinte años y diversas circunstancias, incluyendo su muerte, para que una versión de esa novela viera la luz en 1970: Islands in the Stream (Islas en el Golfo); sin dudas, corregida, mutilada, tal vez castrada, algo que nunca llegará a conocerse realmente. The Sea Book era una novela esperada por millones de lectores en el mundo entero, pero Hemingway la echó a un lado, la sepultó y creó así uno de los grandes misterios de la literatura contemporánea. 

Es la época en que muere su preciado editor: Max Perkins; y en que tratan de involucrarlo en conspiraciones contra el tirano Trujillo; por lo que acosado y perseguido (y asaltada Finca Vigía en 1947 por un pelotón del ejército procedente del Campamento Militar de Colombia), se ve obligado a huir de Cuba, para refugiarse durante largos meses en los escenarios de Adiós a las armas. 

Es a su regreso a la Habana, en 1949, que decide utilizar ciertos elementos de la novela The Sea Book, para escribir A través del río y entre los árboles, publicada en 1950; pero esta novela, por lo menos para la crítica especializada, resultó un fracaso. 

Es entonces que, con unas veintiocho mil palabras, Hemingway se dedica a encarnar una de las más bellas, míticas y fascinantes páginas de la literatura: el relato de un viejo pescador de la zona de Cojimar, en lucha permanente vigorosa, tenaz para arrebatarle a la Corriente del Golfo una de sus más espléndidas criaturas, sin imaginar que con la muerte del gran pez está en el umbral de la derrota. 

Con la aparición de El viejo y el mar, en el otoño de 1952, este libro se convierte con rapidez en uno de los más afamados relatos de la literatura norteamericana. Había aparecido primero en la revista Life, el 10 de septiembre y una semana más tarde la editorial Scribner's de Nueva York lo publica en forma de libro. Esto promueve de inmediato toda su obra anterior. Por El viejo y el mar, en 1953, Hemingway recibe el Premio Pulitzer, y finalmente, en octubre de 1954, por toda su obra, el Nobel de Literatura. 

Por esos días se atrinchera en Finca Vigía y se niega a recibir a la prensa. Es en una breve entrevista concedida a la televisión cubana, en la que declara que quien ha ganado el Nobel es «un cubano sato». Luego entregaría la medalla del Premio Nobel a la Virgen de la Caridad del Cobre, en el Santuario de Santiago de Cuba. 

El viejo y el mar es una pieza magistral, llena de encanto y poesía, tierna y ruda a la vez: un pez, el mar, un viejo y un muchacho, en los escenarios de Cojímar, con la sencillez de un texto clásico, genuinamente cubano, entre símbolos y míticas reflexiones, que escribió cuando ya llevaba casi veinte años de contacto con espacios marinos de la cultura cubana, entre pescadores y navegantes; y, además, empleados, buscavidas, dependientes, limpiabotas, taxistas y boxeadores. 

Este relato, y por lo menos otras dos novelas suyas están vinculadas a las aristas más preciadas de la literatura cubana. A cincuenta años de su publicación, el mito del más universal de los escritores norteamericanos en Cuba alcanza una renovada fuerza y esplendor. 

Sin dudas, Hemingway es un autor inagotable. Un escritor que vivió y trabajó en nuestra Isla durante largas años, primero en el Hotel Ambos Mundos, en la zona más bulliciosa de La Habana Vieja, y después en las afueras de la capital cubana, sobre una de las colinas de San Francisco de Paula. Un autor que sigue siendo uno de los grandes artífices del lenguaje y de la creación literaria, (...) que de manera genial recreó historias, mitos y rememoraciones: uno de los autores que más ha influido en la literatura del siglo XX. 

lunes, 3 de noviembre de 2008

Los balnearios y sus poetas tutelares(extracto)


por Darío Oses
para nuestro.cl


Poetas tutelares

Uno de los primeros poetas que parte a habitar el litoral es Manuel Magallanes Moure. En Cartagena escribe su libro La casa junto al mar, que aparece en 1917.

El pintor Juan Francisco González iba Las Cruces todavía rural. Su hija mayor, Jimena, recuerda que pasaban los veranos allí, en un fundo de su abuelo. El padre iba a verlos los fines de semana. Con prismáticos los niños veían bajar su coche por la cuesta de San Antonio. En cada temporada pintaba tres o cuatro cuadros. Salía a caminar y cuando encontraba algo que le gustara lo pintaba, fuera un paisaje marino o algún campesino con los que entablaba amistad rápidamente.

En el litoral central de Chile hay balnearios que tienen a un poeta como genio tutelar. Es el caso de Isla Negra, que era una playa salvaje y de difícil acceso, cuando Pablo Neruda llega a ella, en 1938, buscando un lugar donde dedicarse a escribir su libro Canto general. Entonces Isla Negra se llamaba Las Gaviotas. Eladio Sobrino, un marinero español que al perder su barco en Punta Arenas decidió quedarse en Chile, había levantado allí unas rústicas casas de piedras. El poeta compró una de ellas. En su libro Una casa en la arena, reconstruye poéticamente la casa y el paisaje del entorno.

El recordado grupo de Los Diez, que dirigía Pedro Prado, hizo planes para construir una torre en Las Cruces. De esta sólo quedan los planos que hizo Julio Bertrand Vidal. Pero el genio poético de Las Cruces es Nicanor Parra.

Parra se instaló a vivir en una de las casonas tradicionales del balneario, a la que se conocía como "El castillo negro". Era una impresionante edificación de madera, íntegramente forrada en tejuela, con tres niveles en el volumen principal y cinco en la torre. La construyó el arquitecto Héctor Hernández para Rodolfo Marín, intendente de Colchagua en 1919. El castillo negro estaba inspirado en el pintoresquismo que tanto influyó en la arquitectura de los balnearios chilenos a principios del siglo XX. Desafortunadamente un incendio consumió íntegramente esta edificación. Entonces el poeta se trasladó a vivir a la casa del lado, desde la que domina la playa chica.

En la primavera del 2004 se celebraron, en Las Cruces, los noventa años de Nicanor Parra, con noventa campanadas en la iglesia -que es obra del pintor y arquitecto Pedro Subercaseaux- y noventa volantines encumbrados en la playa.

El genio poético tutelar de Cartagena es Vicente Huidobro.El 24 de septiembre de 1947, pocos meses antes de morir, Huidobro le contaba a su amigo, el poeta español Juan Larrea, que se había quedado con parte de una hacienda de sus padres y abuelos, a la orilla del mar. Ahí vivía en paz, arreglando el parque de la sencilla casa rural.

El poeta solía invitar a sus amigos a esta casa en Cartagena. Entre los visitantes frecuentes estaba Eduardo Anguita, que encantaba a Vladimir -hijo de Huidobro- con el cuento de que el subsuelo del balneario era un mundo poblado por duendes.

Volodia Teitelboim, en su biografía Huidobro, la marcha infinita, señala que al regresar por última vez de Europa, ya en la etapa final de su vida, el poeta se retiró a ese pedazo de la hacienda de la familia. Le gustaba salir a dar largos paseos a caballo, acompañado por sus perros.

Huidobro viajaba en tren desde Santiago y llegó hasta la estación de Cartagena en los últimos días de diciembre de 1947 para pasar allí el año nuevo. Como de costumbre se fue a pie y cargando su maleta, hasta su casa ubicada en la parte más alta del balneario. Tal vez el esfuerzo le provocó, poco después, un derrame cerebral.

Su biógrafo, Volodia Teitelboim anota que fue un año nuevo nefasto. El poeta estaba postrado, debatiéndose entre la vida y la muerte, cuando comenzaron a llegar los invitados a la fiesta.

Eduardo Anguita contaba, poco después, que con el repicar de las campanas y los estallidos de los fuegos artificiales, Huidobro se había incorporado en la cama, inquieto. A ratos no reconocía a las personas y decía tener miedo, sin saber de qué.

El poeta murió en su casa de Cartagena, la tarde del viernes 2 de enero de 1948. Un alcalde prestó una tumba en el Cementerio de los Pescadores para que se lo sepultara provisoriamente. Más tarde se lo trasladaría al lugar que él mismo había elegido, en el terreno de su casa.

En uno de los artículos recogidos en el libro Pretérito presente, Alone relata lo que él mismo llama la "ceremonia triste, patética, rara, desolada y tan terriblemente significativa" de los funerales del poeta: "aquel cortejo, esa marcha interminable tras un furgón hermético: misterio pintado de negro. Bajar hacia el mar desde la falda de las colinas y seguir por senderos de arenas, por dunas, por eucaliptus...".

El cortejo llega por fin a un cementerio mínimo, escondido detrás de las casas. Cuesta entrar el ataúd por la puerta estrecha: "Cuando quieren depositarlo en el nicho no cabe. Imposible. Miran entonces alrededor y divisan por allá un hueco desocupado". Una voz dice que es de Fulano y otra replica que ese no piensa todavía en morirse, así es que miden la boca del nicho y el ancho del ataúd con una rama, y al comprobar que entra, lo dejan allí.

Concluye Alone su artículo, observando que Huidobro, que había juzgado estrecho y mezquino el escenario que le ofrecía su país natal, por una incongruencia muy suya, "marchó escoltado por huasos del fundo hereditario hasta el menos exótico de los sepulcros chilenos".

Cuentan los trabajadores que cuando se retiraron los restos del poeta del nicho aquel donde lo habían dejado, apareció una banda de cerca de medio centenar de jotes que siguieron al ataúd durante todo el trayecto del traslado a su tumba definitiva.

Así, Huidobro se quedó para siempre en Cartagena. Se tejieron muchas leyendas a su alrededor. Decían, por ejemplo, que se aparecía en las noches como jinete fantasma. Volodia Teitelboim hace notar que, tomando en cuenta los estudios de ocultismo que el poeta hizo en París y algunas de sus obras donde explora los mundos sobrenaturales, tal vez no le hubiera extrañado ni desagradado convertirse en superstición local.

A Cartagena se retiró también a vivir el escritor Luis Enrique Délano. Su casa, cercana a la hoy destruida estación de trenes, fue heredada por su hijo Poli Délano, que se convirtió en uno de los principales animadores de un grupo de amigos del balneario, que en los años 90 organizó memorables festivales artísticos y culturales en Cartagena. El pintor y escritor Adolfo Couve, también eligió vivir y morir en Cartagena.

Dicen que la infancia es la patria de los poetas. Tal vez la segunda patria sea algún balneario.

Valparaíso puerto de poetas


por Alejandro Lavquén
para La Ventana Portal informativo 
de la Casa de Las Américas, La Habana, Cuba.


Quizá sea Valparaíso la ciudad a la cual se le han escrito más canciones y poemas en el mundo. Lo que no deja de ser un orgullo para sus habitantes, que, sin ir más lejos, no se cansan de entonar dos notables poemas musicalizados como lo son "La joya del pacífico", popularizada por el cantante Lucho Barrios y "Valparaíso", vals escrito en los años sesenta por Osvaldo "Gitano" Rodríguez y que prácticamente se ha convertido en el himno oficial de este puerto: 

"Yo no he sabido nunca de su historia,/ un día nací allí sencillamente...," (...) "Pero ese puerto amarra como el hambre,/ no se puede vivir sin conocerlo,/ no se puede dejar sin que nos falten/ la brea, el viento sur, los volantines", dice en parte del poema. 

La profunda relación entre Valparaíso y los poetas es ancestral y mucho tiene que ver en esto su azarosa arquitectura y su condición de haber llegado a ser, en un momento del siglo XX, el puerto más importante del Pacífico. Su auge atrajo a cientos de inmigrantes de los cinco continentes, sobre todo ingleses y yugoslavos, los que dejaron su sello en muchas de las construcciones ubicadas en los diferentes barrios de la ciudad. 

En este puerto las casas parecen haber sido desparramadas al azar sobre sus cerros, y con la mirada siempre atenta hacia todos los puntos cardinales. El sentimiento de cada persona –y su condición social- se expresa en cada construcción, levantada por sus habitantes con los materiales más diversos: madera, calaminas, cemento, subterráneos y alturas extraídas del viento. Bares señoriales y pecaminosos; almacenes y mercados fueron creciendo junto a sectores financieros y barrios residenciales, hermanados por la sensibilidad de las pasiones nocturnas de sus habitantes. 

Esto, más las calles inverosímiles que nacen desde las raíces o desde el cielo indistinta y sorpresivamente, fue poblando la palabra poética de quienes nacieron allí o de los que adoptaron a Valparaíso como su patria, entre ellos docenas de poetas. Algunos reconocidos en el ámbito internacional. Otros, cubiertos por un injusto manto de olvido, como es el caso de Carlos Barella, que en su poema Cuadros del Puerto, escribió: 

"Una maritornes pasa,/ un marinero la mira,/ otro más audaz la abraza/ y un gringo pobre suspira./ Suspira y para apartar/ la amargura que lo aqueja/ se pone a mirar el mar/ y enciende su pipa vieja.". 

Carlos Pezoa Véliz, uno de nuestros más connotados vates tampoco se olvidó de este puerto y en sus versos, cargados de ironía, nos dejó parte de su historia, tomada de noticias de prensa de la época y escenas cotidianas de las que fue testigo: 

"Vida del puerto, vida de esfuerzo,/ vida que es digna de prosa y verso." (...) "Por las mañanas sale El Chileno:/ crimen, asalto, picnic ameno/ por una ficha... ¡Gran sensación!/" (...) "Los jornaleros de rostros pardos/ bajan y suben enormes fardos/ desde la popa de algún lanchón,/ y si por algo para la grúa/ se despanzurran una caldúa/ o un salchichón.". 

Los recovecos y miles de escaleras con destinos infinitos, sumados a callejones encabritados y vagabundos quizá sólo posibles en un sueño, han cautivado la palabra de generaciones de poetas. Los ascensores, moradores irremplazables del puerto, y siempre prendidos al ala de alguna gaviota, han sido cómplices de más de un verso de amor furtivo. También de algún presagio de muerte como lo cantara el Gitano Rodríguez desde el exilio: 

"Un día te levantarás y no amanecerá" (...) "Oirás a la distancia un ruido de ascensores,/ los aplausos de un teatro/ y la palabra adiós se quedará/ pegada a tu memoria como una cosa muerta". 

Durante la primera mitad del siglo XX, la bohemia porteña estuvo agitada por importantes representantes de nuestra poesía y arte como fueron Guillermo Quiñonez, Camilo Mori, Manuel Astica Fuentes, Chela Lira, Jacobo Danke, Kiko Ross, Germán Baltra y Pedro Plonka, entre otros. Salvador Reyes, afamado poeta y narrador antofagastino, tampoco pudo evitar la seducción de este puerto y escribió: 

"La noche se abre ahora/ de un golpe seco en las tabernas y en los bailes de marineros./ Ahora beben su licor, fuman tabaco/ los pescadores de las grandes ballenas antárticas,/ los gringos del malecón, los capitanes de altura/ y el hombre de los ojos oblicuos/ a quien llamas el Soñador de Shangai./ Así muchacha, es la noche del Sur, prolongada,/ como la noche de los amantes extenuados.". 

Por su parte, el poeta Pablo Neruda fijó una de sus residencias en Valparaíso, a la que llamó "La Sebastiana", casa ubicada en el Pasaje Collados del Cerro Florida, desde donde se puede tener una visión panorámica privilegiada. Neruda, durante la persecución de que fue objeto por el presidente González Videla, declaró su amor al puerto en los siguientes versos: 

"Eres en mí como la luna o como/ la dirección del aire en la arboleda." (...) "Te declaro mi amor, Valparaíso,/ y volveré a vivir tu encrucijada,/ cuando tú y yo seamos libres/ de nuevo, tú en tu trono/ de mar y viento, yo en mis húmedas/ tierras filosofales...". 

Destacados narradores y cronistas, también han dejado su testimonio sobre los ires y venires de "Pancho", como le llaman con cariño sus habitantes en la intimidad. Son cientos las crónicas que nos hablan, por ejemplo, acerca de la melodiosa cuadra de Cochrane, entre la Plaza Aduana y Márquez, o de la calle Clave, de El Pajonal y El Almendral, de la iglesia La Matriz, del legendario Roland Bar de calle Bustamante, donde en su libro-bitácora poetas y pintores dejaban sus versos y dibujos fatigados por el alcohol. Joaquín Edwards Bello, agudo observador del puerto, nos dejó sus testimonios de los cuales aquí se reproducen algunas escenas: 

"Por la subida Carampangue pasa la loca María. En toda ciudad hay una loca de la calle. En Madrid era Madame Pimentón. La loca María vuelca los tarros de las basuras, saca unas castañuelas y se pone a bailar" (...) "Este es el ascensor del Cerro Cañas. Al lado, en línea paralela, la escalera de la muerte. Una mujer gruesa sube jadeando con un lío de ropa en la cabeza" (...) "Los almacenes de Valparaíso tienen un olor especial a café, achicoria, chancaca y frutas secas. Nací en estos olores, ruidos y colores. Las librerías tienen un carácter especial. Y los letreros el suyo" (...) "Hay partes gringas, partes alemanas, partes españolas e italianas" (...) "En la parte de La Cajilla las mujeres nocturnas llamaban a los marinos diciendo Luquía, Comalón, esto es, look here, come along. Lo mismo pasaba en Hong Kong, donde existe una calle llamada Cumalón". 

Toda clase de artistas fue poblando Valparaíso durante el siglo pasado. Y a pesar de que ya no es el gran puerto comercial del Pacífico y la pobreza lo ha golpeado constantemente los últimos años, no deja jamás de mantener aquel embrujo que lo tiene a un paso de ser declarado Patrimonio de la Humanidad, pues lo humano que contiene este puerto es eterno, como lo es su condición de puerto de poetas. Sobre el amor, uno de los poemas-canción más bellos lo escribió Patricio Manns: 

"Fue tan verdad el tiempo de sus manos, Valparaíso,/y tan susurro su voz,/ tan precario el abrigo de su vientre,/ Valparaíso,/ tan corta su sed, tan severo su pan,/ tan incierto su olor,/ tan impotentes sus anclas al zarpar,/ Valparaíso./ Ella habitó los mapas de mi pecho,/ Valparaíso,/ cruel de estatura y de sol./ Ella ungió su misterio a mi memoria,/ Valparaíso,/ y yo dudo acá, privado de ser,/ náufrago de anclar,/ mientras su enigma se agota/ sobre el/ mar, Valparaíso./ Guarda su infancia, desvelo mágico/ y su distancia, delirio trágico,/ Valparaíso celestino.". 

Valparaíso parece naufragar y desprenderse desde los cerros hacia el mar, pero siempre vuelve con su coraje de viejo guerrero, como el sentimiento de Pablo de Rokha, quien escribiera quizá los versos más intensos, sociales y humanos sobre el puerto en su poema "Oceanía de Valparaíso", del que entregamos algunos fragmentos: 

"Valparaíso, camina por los barrios y las bodegas/ tuteándose, de hombre a hombre,/ con los trabajadores portuarios/ o los nortinos licoreados que ‘andan en tomas’, y/ las ropas tendidas son banderas o ‘claveles del aire’/ en los cordeles del proletariado/ creador de hogares" (...) "el héroe total expone su pellejo/ a los asesinos, y el siniestro mercader/ mugriento especula con la comida, cuando en/ ‘Los Siete Espejos’, arrecia la tormenta de bofetadas/ arrecia la tormenta de señoritas/ someramente prostitutas, arrecia la tormenta de las puñaladas" (...) "No buses corren, buques por las vías públicas/ de tu oceanografía: ‘el callejón de los Pimientos’ o la ‘Subida de la Calaguala’, que es la canilla de la/ puñalada y el cuero del viejo poeta Zoilo Escobar bracea nadando adolescencia abajo..." (...)"Todos los caminos de todos los destinos/ de la tierra van a dar al mar, Valparaíso". 

El puerto tampoco ha dejado indiferente a las nuevas generaciones, que aunque no conocieron su máximo esplendor, han aportado con su palabra para poetizar esta ciudad del viento. Nos dice la poeta Catalina Lafertt, con tierna ironía: 

"Por cierto que no soy la penélope/ pues la Plaza Echaurren/ es una residencia muy distinta./ Mas en fin, te extraño/ igual que cualquier enamorada". 

Los años de la tiranía militar son rescatados por el poeta José Ángel Cuevas en su peculiar estilo: 

"La única verdadera hazaña sería/ recorrer todos los cerros después del/ Toque de queda/ heroicamente con una botella de vino/ bajo el brazo/ El más grande acto posible y secreto. Y cantar el Vals que "Plaza de la Victoria es un centro social/ y que Av. Pedro Montt, para mí no hay otra igual"/ etc, etc". (...) "Valparaíso da vueltas por mi cabeza/ como un árbol, un cielo al revés/ escucho las sirenas de los barcos que llegan/ mientras bebo y llueve en mí/ pura eternidad/ recostado en la casa más increíble/ del mundo/ Faltaría que la cordillera nevada estuviera aquí/ de pie/ al fin de Playa Ancha.". 

Juan Cámeron lo deja y lo regresa en sus versos: 

"Aquí abordábamos los trenes para salir del puerto/ Entonces estos rieles seguían la ribera/ disciplinadamente juntos/ & yo engominado era un buque de guerra/ reflejado en los vidrios". 

Javier Campos lo sitúa más allá de los astros: 

"Hace muchos siglos conocí a una mujer de luz/ En los cerros desiertos de un planeta llamado Valparaíso/ Bailó conmigo una música sensual/ Sobre el mar cubierto de estrellas/ En casas alegres llenas de victrolas/ Me desnudó con los paisajes de su casa de la infancia". 

Carlos Muñoz, el Diantre, cantor popular, pone el toque alegre con sus versos llenos de picardía: 

"Con el viento flamean/ En los balcones/ Enaguas y sostenes/ También calzones/ También calzones ay sí/ Blancos y crema/ Amarillos y negros/ Sin un dilema/ ¡La vecina de al lado/ usa rosado!". 

Esteban Navarro lo evoca y lo sumerge en un sentimiento de lejanía que representa el amor fugaz de puerto y verano: 

"Tú estás en valparaíso/ Yo estoy en santiago/ El mar golpea fuerte en las torpederas/ En los muelles/ El sol golpea firme en mi cabeza/ Tus ojos se pierden en el infinito/ Mirando hacia el oeste/ Mis ojos arden con el smog y la tristeza". 

La leyenda de La Piedra Feliz, la podemos auscultar para siempre en los versos de Cristian Muñoz, estudiante de la Universidad de Playa Ancha

"Vuelvo a elevarme/ Como un volantín de fuego/ Desde tu sexo marino/ Piedra furiosa/ Piedra suicida/ Tan violenta y tan tierna/ Como las almas perdidas". El lazo entre poetas y Valparaíso parece ser inquebrantable en el tiempo, un algo misterioso los enamora, tal cual lo reconoce la poeta porteña Sara Vial: "Me enamoré de ti, Valparaíso,/ de tu casual navío sin regreso,/ de tu risa de sol en el hechizo/ me enamoré de ti, sin paraíso,/ y regresé de ti como de un beso".

viernes, 10 de octubre de 2008

El mar en la voz de los poetas


Texto de archivo de Sara Vial
Editado por Poetas del Mar

Somos país del mar y de montaña, pero somos sobre todo de mar. Hijos de la ola móvil, no de la nieve inmóvil de los Andes, nuestra forma de remo nos dibuja en el mapa un destino.

"No es un recién nacido, un visitante inesperado", ha escrito el poeta Mario Ferrero en su "Antología del Mar": "Nuestro mar ha existido desde siempre, viene desde el fondo más remoto de la historia humana. Anduvo en aventuras geológicas difíciles, sirvió de puente a las inmigraciones, presenció el paso arrebatado o taciturno de los indios. En la poesía fue condecorado por Pedro de Valdivia, transformado en octava real en los viejos papeles de Alonso de Ercilla, hecho cristal y copa en la exaltación jubilosa de Alonso de Ovalle". Y sigue, en una sola ola entrelazada a su rumor de muelles. "Pasó de un salto a La Conquista, anduvo en los albores de la Patria, vistió casaca azul de guerrillero en plena Independencia, se le consultó la declaración de la República. Y estuvo presente en el escritorio de Eusebio Lillo, de Salvador Sanfuentes, de Guillermo Matta, de Pedro Antonio Gonzales, de Diego Dublé Urrutia y de Pezoa Véliz. Desde el día mismo de nuestro nacimiento literario, de nuestro primer llanto enamorado, el mar fue el escudo de armas y el portalón sagrado de nuestra libertad".

ESCUCHARLO EN LA VOZ DE LOS POETAS

Y es por eso, será siempre hermoso escucharlo en la voz de los poetas, y en su "Descripción de Chile", especie de arco de luces y pórtico de "La Araucana", don Alonso de Ercilla ya habla del mar como un padre tutelar.

Y los cronistas, que encabezan Alonso de Góngora y Marmolejo, el Abate Juan Ignacio Molina, don Diego Rosales, saben también muy bien lo que escriben cuando escriben del mar. Porque hay mar para todos en nuestra insondable lejanía. Mar para el pescador, para el viajero, mar para el que construye su morada pensando en su insistencia tras los vidrios, para un temporal y su susurro, para su pez ritual de cada día. Para su arena dócil y su roca. Mar para el corazón y los sentidos.

La gran Gabriela, con su apellido de viento, el Mistral, lo saluda en su "Pequeño mapa audible de Chile". "En esta inmensa meseta austral se oye, cuando algo se oye, una marea salvaje que pecha entre los canales y forcejea en el gran Estrecho, hacia el interior, apenas poblado, hay unos silencios de hierbas inmensas, de gruesos y dormidos herbazales, que se parecen a los estupores que dan los témpanos en el último mar".

Y Mariano Latorre, que con su "Mar de los chilenos" sigue diciéndonos por primera vez, como el propio mar, su emoción marina: "Al amparo de viejas velas cangrejas húmedas de Chiloé, o cuadras parchadas del Maule, he cruzado tu salvaje soledad, mar de los chilenos, y he bebido tu hábito salobre, hermano del puelche de las nieves y del acre aliento de los pehuenches. Mar de Chile, inmenso y virgen, que no hendieron griegos mascarones, ni supo de velas de púrpura, ni de gaviros expertos, sino de balsas de cuero o trenzadas velas de totora, pero bebió el alma multisonora de los vientos primitivos".

CADA POETA EN SU MAR

El mar es tan adaptable a los poetas, que como si fueran ánforas distintas, se acomoda en ellos, se enrolla y ondula como una serpiente, o se acuna como en el regazo de una madre. Acaso, sin saberlo, el poeta es un mar que sólo encuentra sus pasos en la arena y su actitud interior, sin que lo sepa, es siempre de horizonte. Y por eso se entienden y se hablan los poetas y el mar, desde una piedra golpeada hace cien años por la ola que la suaviza, o desde el ambiente bullicioso de los puertos que se suceden, unos a otros, para no perder el mar sobre la dura tierra.

Y unos cantan al mar del sur y otros cantan al mar del norte y otros tratan de inventar el mar.
"Este es el rudo mar del norte, el que acaricia la soledad de sus desiertos", dice Andrés Sabella en su cuerno marino.

Y Efraín Barquero: "Me recuerdo corriendo por la orilla del mar; ando explorando grutas y persiguiendo los pájaros. De repente me asomo a una playa solitaria donde hay una blanca bandada detenida: son gaviotas nuevas, me digo, las más hermosas que he visto. Y cuando corro hacia ellas para que emprendan el vuelo no pueden volar: es el cuerpo de una joven dormida".

Cuántas palabras junta el mar, sin saberlo, sólo con darse vuelta entre sus peces, sus delfines de seda, sus madréporas. Sólo con apoyar su cabeza infinita sobre un banco de corales y pensar en las sirenas que no ha visto nunca.

Los poetas más claros, límpidos, que cantan como Jorge Teillier, frescos desde la muerte:

"Vimos llegar mañanas
que eran bandadas de grullas
y las seguimos a puertos olvidados
donde nos esperaban muchachas descalzas
con las que bailamos en galpones
donde se guardan las redes y los remos".

Y LOS CIEN AÑOS DE MAR DEL GRAN OCEANICO

Pero de todos los poetas de Chile, ¿quién ha cantado más al mar? ¿Quién lo ha llevado a diario en sus bolsillos, como Teillier sus golondrinas, como Gabriela sus montañas de azafrán, como Oscar Hahn sus gladiolos, como Salvador Reyes los farolillos rojos de sus tabernas, como sus olas el mar? 

Su casa habla por sus poemas. Sus casas, esas barcas amoblada que nos dejó para viajar sin movernos, entre juguetes que cantan entre cajas de música, astrolabios que se confunden con campanas, bolas de vidrios llenas de mariposas que no volaron nunca. Veleros que nos miran desde los muros.

Neruda que no se cansa de mirar al mar, de crear ventanas para escribir el mar. Que aún dormido lo canta, después de haberlo visto por primera vez en Puerto Saavedra, con el deslumbramiento que nunca pudo desprenderse de su orilla, allá en la infancia. Él como nadie supo oír sus pasos, descifrar su llamado que el hombre no se sabe si escucha o no, dejándole ese oficio a los escritores. Como si todos los hombres no fueran poetas cuando miran el mar.

"Descubrí el mar. Salía de Carahue
el Cautín a su desembocadura
y en los barcos de ruedas comenzaron
los sueños y la vida a detenerme,
a dejar su pregunta en mis pestañas".

Y ese imborrable "Fantasma del buque de carga", que "observa con sus ojos sin color, sin miradas", esa interpretación de lo imposible cuando dice "mira el mar el fantasma con su rostro sin ojos, el círculo del día, la tos del buque, un pájaro...".

Y es así como mayo llega, con banderas, con hondas claraboyas y cumple como siempre su misión oceánica para que el mar desfile, para que el sol se vista de grumete en cada cerro, y en su banca escolar el niño aprenda que en todo el Universo no hay nada más hermoso que el mar, más sensible que el mar, más preocupado de nosotros que el solitario mar...

Aletas rotas/Pescadores de la Baja

X Mario Jaime


Al sol sin sal terrestre

se pudren juntas, añorando agua verde y una esfera de terror profundo

bucaneras ebrias
fumando brisas de oriente, cubriéndose con polvo las heridas

fueron hélices suavísimas
seductoras de cardúmenes brillantes
volaron sobre arrecifes amarillos y entendieron la gracia de un delfín

valientes en la noche oceánica, ciegas, esperaron un mordisco
barrieron gelatinas venenosas
se posaron en arena nebulosa
exhaustas en la ducha
dormían abrazadas a los sueños
seguras de un mañana, de otra búsqueda

contentas en corrientes, vientos, flujos y mareas
nunca creyeron en retiros secos

ya esperan la basura
tiemblan
no entienden milagros, el mar siempre corroe

y otra vez valientes afrontan la sequía
con el orgullo de haber sido
ballena, tiburón y gloria
con la sangre de un corsario
y la goma plástica enmohecida.


Pescadores de la Baja

Chingar sistemáticamente al cosmos
cuchillada tras red
anegando bahías de intestino y sangre
pensamiento cerveza
carcajada asesina
destino mercachifle
fatalidad de basura, desiertos sembrados con leche
motor de ubres
memoria de aceite
mutilada Anfititre
barrigas sin ontología
carroñeros de un mar que les desprecia.

lunes, 22 de septiembre de 2008

Fractal/El llanto de Calipso

x Mario Jaime

Fractal

Tú ves sin ver
El mar como una mancha sin alma
Pero el mar
Es mar
Y dentro de cada gota un mar
Y sus enlaces covalentes son tormentas
Y sus hidrógenos sonrientes son ballenas

Y afuera de ese mar lo cubre un cielo con estrellas
Que es la superficie de otro mar
Donde navegan los cometas

Y el fondo de ese mar es un átomo acendrado
Y su fuerza de atracción es una gota y una brisa
Que despeina diosas y las calma

Y tú eres un mar
Y tu pasión un tiburón enamorado
Y tu sangre geostrófica corriente
Que confunde el mar con amar y con amado

El mar
Todo es el mar
Y el mar es todo.


El llanto de Calipso

Te di todo
Un cuerpo de diosa y un orgasmo infinito
Una gruta de mareas con aroma a vida
Las branquias del beso
El color en mis piernas

Y te vas, añorando la necia arruga de una mortal
con hedor y pechos lactados
que teje
que habita los muros

Yo soy eterna y libre
Te ofrecí la aventura
y el silencio musical de los fondos

vete
mediocre
vete

No vale la pena llorar por quién desdeña lo sublime